
Resulta que incluso una firma que recibe unas 750.000 solicitudes de empleo anuales, y que contrata a menos del 1% de ellas, no es inmune a la revolución tecnológica. Los clientes de McKinsey quieren ayudar para navegar en un mundo de big data y otros avances digitales, por lo que la compañía necesita contratar a más personas que puedan realizar esas funciones, preferiblemente antes de que se vayan a Google o a Facebook.
El problema es que su proceso de entrevistas es analógico y arduo. Glassdoor lo clasificó en una ocasión como el más duro del mundo durante tres años consecutivos. Esto podría provocar el rechazo de las propias personas a las que quieren contratar, o dificultar su localización. Así que la firma decidió comprobar si la incorporación del juego de la isla a su batería de pruebas para las entrevistas descubría candidatos aptos.
Pero mientras el ordenador cobraba vida para hacer la prueba, me sobrevino una sensación familiar de desasosiego. Era una sensación que no había sentido desde la última vez que me presenté para un puesto de trabajo en una compañía nueva hace 15 años: el pavor al encuentro con el entrevistador.
Los recuerdos distantes y reprimidos en una penosa entrevista para un periódico vinieron a mi mente mientras la gente de McKinsey me observaba tecleando en silencio. El juego no tenía nada que ver con Grand Theft Auto. Para empezar, tenía que dilucidar cómo construir un arrecife de coral próspero, lo cual es más difícil de lo que parece, aunque te digan qué peces y qué corales son los más adecuados a según qué profundidades. Luego tuve que salvar a una bandada de pájaros de un horrible virus.
No creo que mi arrecife fuese una vergüenza absoluta. Pero a medida que transcurrían los minutos calculando la mejor microdosis de vacuna para las aves afectadas, todo lo que parecía crear era una pila de cadáveres diminutos. Alguien murmuró educadamente que ningún candidato quedaría descartado a consecuencia del juego.
Antes de que pudiese demostrar claramente que no era carne de McKinsey, decidí dar la prueba por terminada. Una vez reconocido que no soy público objetivo, no estoy seguro de cómo sería la experiencia del candidato medio con el juego.
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